El músico en la Misa Luctuosa

“Las luces tenues de la iglesia apenas iluminaban el rostro del sacerdote, quien con voz solemne oficiaba la misa luctuosa. En el primer banco, una familia entera se abrazaba con fuerza, sus ojos enrojecidos por el llanto. Frente a ellos, yacía el féretro, adornado con flores blancas y una foto del difunto que sonreía con calidez.

En un rincón, junto al órgano, me encontraba yo, con mi violín en mano. La responsabilidad de acompañar musicalmente este acto tan emotivo pesaba sobre mis hombros, pero a la vez, sentía una profunda conexión con la familia y amigos del difunto.

Las notas del “Ave María” comenzaron a fluir del violín, llenando el espacio de una melodía triste pero esperanzadora. Observé a los presentes y pude notar cómo sus rostros se transformaban. La tensión y el dolor se suavizaban, dando paso a una expresión de serena melancolía.

La música tiene un poder único para conectar con las emociones más profundas del ser humano. En este caso, actuaba como un bálsamo para las heridas del duelo, brindando consuelo y esperanza a los corazones afligidos.

Cada nota era un abrazo, cada melodía una oración. La música transportaba a los presentes a un lugar de paz y reflexión, donde podían despedirse de su ser querido con amor y serenidad.

Al finalizar la última pieza, un silencio profundo invadió la iglesia. Luego, uno a uno, los familiares y amigos del difunto se acercaron a mí, con lágrimas en los ojos y palabras de agradecimiento. Me decían que la música los había ayudado a sobrellevar el dolor, a encontrar consuelo en su despedida.

En ese momento, comprendí con mayor profundidad el poder transformador de la música. No solo era una forma de expresión artística, sino también una herramienta valiosa para sanar el alma y aliviar el dolor.

Ser músico en una misa luctuosa es una experiencia que te marca para siempre. Es un privilegio poder acompañar a las personas en un momento tan difícil de sus vidas y brindarles un poco de paz a través de la música.”

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